Raúl Zurita: “La humanidad está en un abandono casi metafísico”

 

Hay poemas que siempre se quedarán en la imaginación y hay otros que se escaparán de ella. Son dos lecciones que el poeta chileno Raúl Zurita tiene muy claras. En los años setenta, Zurita (Santiago, 71 años) aún era un desconocido en el mundo de las letras internacionales, sobrevivía a la dictadura de Pinochet y vivía con un sueño irrealizable: plasmar sus versos en el cielo. Pero el sueño se materializó en 1982, cuando un grupo de cinco aviones plasmaron en el cielo azul de Nueva York algunos de sus versos. “Mi dios es hambre / Mi dios es nieve”, empezaba el poema celeste. ”Mi dios es no”, agrega.

Zurita, premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana el año pasado, acaba de vivir la experiencia contraria: un poema que iba a escapar de su cabeza se quedó guardado en su imaginación. El viernes 30 de abril el chileno iba a plasmar nuevos versos en el cielo nocturno de Ciudad de México, con la ayuda de una decena de drones, pero el evento tuvo que cancelarse por un problema de permisos. Zurita es un poeta performer, el que ha plasmado sus versos en el desierto del Atacama en los años más difíciles de la dictadura (“Ni pena ni miedo”), o el que los grita en un concierto de rock hace tres años (”Canto a su amor desaparecido”). Zurita conversa con EL PAÍS sobre su nuevo poema que trata la muerte de dios, un réquiem que sus lectores solo podrán imaginar en el amplio cielo de México. Dios ha muerto, solo, y nadie pudo ir al entierro.

Pregunta. ¿En qué consistía el proyecto de ilustrar un poema en el cielo de México?

R. Fue una invitación que me hicieron de la UNAM para la gran Fiesta del Libro y de la Rosa. Teníamos una idea genial, de hacer poemas en el cielo, pero de noche. A mí me fascinó la idea, me conmovió mucho, por el momento humano que estamos pasando. Yo en esa noche, en la ciudad más poblada y más grande del mundo, me imaginé estos poemas como una especie de llanto, casi una letanía por esta especie de abandono. No soy especialmente religioso, y quería hablar de una ausencia radical de dios. Este profundo desamparo al que estamos sometidos nosotros, cada uno, en el que la muerte es una muerte sin ilusión, la muerte de covid. Una muerte que te toma solo, te mueres solo, te mueres sin nadie, sin un ser querido, nada. Creo que la muerte puede ser una ilusión, porque todo el mundo se imagina cómo le gustaría morir en un momento dado. Pero esta muerte silenciosa, solitaria, es una imagen bastante desoladora, tremenda. Están las personas que están atendiéndote en el Hospital, pero independiente de eso, no es tu madre, no es tu hermana, no es tu hijo, no es tu mujer, no es tu marido, no es tu abuela. Estás solo. Entonces, cuando se hablaba de enterrar a dios o de la muerte de dios, creo que nunca se ha sentido más presente que ahora. Ahora no hay nada.

P. ¿Podría compartir los versos para esa noche?

R. Mi dios no despierta,

Mi dios no quiere,

Mi dios no siente,

Mi dios no sangra,

Mi dios no viene,

Mi dios no es.

P. ¿Por qué ha dicho que estos versos son una respuesta al poema que proyectó en Nueva York hace unos años?

R. Hace 40 años mi poema en el cielo de Nueva York decía “Mi dios es hambre/ Mi dios es nieve/ Mi dios es pampa”. Pero esto es como una respuesta: no es, no es más, no está, no viene. La humanidad está en un abandono casi metafísico. Solamente nos tenemos a nosotros mismos. Todos estos esfuerzos increíbles de la ciencia, se dice que la ciencia es un milagro, pero no hay milagro. Somos nosotros, somos humanidad en este pequeño punto perdido en el universo en una incerteza total respecto a muchas vidas. En ese momento en Nueva York estaba la ilusión de que existía dios. Pero en estos 40 años también pasaron cosas tremendas, estamos viviendo en un planeta que lo hemos hecho pedazos, hemos hecho pedazos los bosques nativos, hemos hecho pedazos el medio ambiente. Entonces esto es una imagen nocturna, una noche muy profunda, es la noche nuestra. Nuestra noche interior, por así decirlo. Por eso lo veo como un lamento, un llanto, un réquiem.

P. Es un poema bastante desolador.

R. Sí, es un llanto de desesperanza. La muerte de dios es un tema que se arrastra en todo el siglo XIX, pero se veía venir desde hace mucho antes, antes incluso de Nietzsche. Pero ahora tenemos una evidencia tan impresionante y eso es lo que a mí me conmueve, de que efectivamente no hay Dios. Para el más ateo de los ateos, no hay Dios. Pero para el más creyente, tampoco hay Dios.

P. Aunque no ha acabado la pandemia, se ha dicho que nos urge tener un duelo colectivo por lo que ha pasado este año. ¿Tiene la poesía esa capacidad?

R. Así lo veía yo. Los grandes poemas son un espacio para eso: son un espacio de llanto, de reflexión, pero también de recogimiento colectivo, entre lo que nos ha sucedido y nos está sucediendo. Creo que la poesía es lo único, y el último, y el gran vehículo que siempre ha expresado esas cosas. Antes que la religión está la poesía como acto de libertad, en el que lloras o ríes, en el que te abrazas con otro ser humano. En ese abrazo está contenida toda la maravilla de este mundo.

P. En una entrevista de hace varios años, usted decía que el apocalipsis no era el fin de la humanidad, sino que el fin de la humanidad estaba en la muerte de un solo hombre. ¿Cómo evolucionó esa reflexión ante tantas muertes durante la pandemia?

R. En ese momento yo me refería sobre todo a la gente que torturaron y que mataron en Argentina, en Chile, en Uruguay. Cuando un ser humano está siendo torturado, para él el apocalipsis no es algo que vendrá, sino que está en el apocalipsis. Ahora cada ser humano se está muriendo solo, y si no lo puedo acompañar, este es el apocalipsis también, este mismo, sucede en este instante. No esperemos el fin de los tiempos, porque está sucediendo en cada ser que muere solo. Pero yo creo que debemos pensar en el fin para aprovechar estos segundos, esta existencia que tenemos, este resplandor con el que llegamos al mundo, para ser un poco mejores, para ser un poco más solidarios, para tener un poco más de amor y de compasión. El apocalipsis está acá, en el presente, este es el fin de los tiempos. Cada ser humano que sufre, que está en un hospital con ventiladores, para ese ser humano el apocalipsis está ahí, en ese minuto. Yo creo que la muerte es un hecho absoluto, pero hay formas de morir y formas de morir. Esta forma de morir es la forma más triste que uno puede concebir.

P. ¿Por qué usar de nuevo el cielo como hoja de papel cuando eso es tan efímero?

R. Hay un verso bíblico, en el Apocalipsis, que dice ‘vuestros nombres están escritos en el cielo’. Estamos todos escritos, con nuestros nombres, en el cielo. Ese verso me impresionó mucho, porque somos algo que se enciende un segundo, que lo ven, y que se apaga. Casi como un llamado, casi como un pestañeo. No se puede ser más que eso. Pero también es como un aviso, como una luz roja que se enciende y que significa el sueño de un ser humano, que es igual a todos los seres humanos. Creí que era bello ocupar el cielo como página.

P. Chile ha vivido emociones muy fuertes en los últimos dos años: desde el estallido social, al confinamiento muy estricto, a la emoción de las vacunas rápidas, al terrorífico nuevo pico de contagios. ¿Cómo ha interpretado este momento en la historia de Chile?

R. Lo veo como un momento esperanzador en lo político, pero extremadamente duro. Porque hace 40 años se nos dijo que esto era la fiesta, que el neoliberalismo solucionaba todos los problemas, que con la eficiencia bastaba. Pero en Chile, y no solo en Chile, sino en todas las sociedades latinoamericanas, ha habido tanta crueldad, tanto engaño. Todo eso explotó y ahora hablamos de dignidad. Y eso, la palabra “dignidad”, la que pide “mírame como un ser humano, mírame como lo que soy”, ha sido pisoteada de la forma más impresionante. A los seres invisibilizados los tapamos con edificios de 50 pisos. No era bonito, no estaba bien con un país que había salido de una dictadura y debía ser pujante, optimista. Pero no se le puede quitar tanto a la gente. Las personas salieron a la calle, y las personas están dispuestas a salir de nuevo.

P. ¿Algún otro performance nuevo en el que esté trabajando durante la pandemia?

R. Hay un proyecto que he estado trabajando durante muchos años, que íbamos a hacer este año, en los acantilados. La costa norte de Chile es una costa impresionante, son abismos que caen 1.000 metros hacia abajo, y la idea son 22 versos proyectados sobre esos acantilados. Se va a hacer de noche, con proyecciones de luz, pero creo que ya no será este año, por la pandemia. Ojalá que lo alcance a hacer, ojalá que la vida me alcance a dar eso. Terminará con una frase muy triste. Estos son algunos de esos versos:

Verás un mar de piedras,

Verás margaritas en el mar,

Verás un Dios de hambre,

Verás el hambre,

Verás un país de sed,

Verás no ver,

Y llorarás.